viernes, 20 de mayo de 2011

... entró, vio y hoy nos lo cuenta después de 13 años...

Entré en el postulantado con 22 años, un 4 de octubre de 1998, ya hace casi 13 años y aún recuerdo con gratitud lo vivido durante ese año. En aquel momento no era consciente de lo que realmente estaba viviendo, es ahora cuando al mirar atrás puedo confirmar que aquello que está escrito en nuestras constituciones se va haciendo vida en el día a día de todo un año de preparación al noviciado.

1.-“Profundizar su experiencia de vida cristiana”… nací en Cádiz, en el seno de una familia cristiana y me eduqué en el colegio de las Esclavas. Tanto en mi familia, como en el colegio fui educada desde el corazón. Mis padres fueron los primeros que me hablaron de Dios a través de sus palabras, pero también de sus actitudes y su manera de educarme. El colegio me ayudó a seguir profundizando y definiendo la imagen de Dios que yo tenía en mi cabeza y bajarla al corazón. Con el tiempo y tras distintos acontecimientos, la vida me llevó a experimentar a un Dios que era madre, que me cuidaba, que me amaba con predilección y que daba sentido a mi vida: el Dios de los grandes horizontes, el Dios que a pesar de las dificultades de la vida, de las situaciones de dolor, de la enfermedad que contemplaba en el hospital dónde hacía prácticas para llegar a ser médico, era un Dios que salvaba, que curaba, que no cerraba puertas, si no que convertía lo “insalvable” en espacio sagrado de encuentro con Él, con su perdón y con su sanación.

Durante la etapa del Postulantado, pude retomar de nuevo esta experiencia, volver a la raíz de mi “ser cristiana” y preguntarme de nuevo: ¿yo, para qué estoy aquí?... ¿y Tú, Señor, para qué me has llamado?, ¿no te basta con que sea cristiana sin más?, ¿no te basta con que forme una familia, y viva mi cristianismo comprometida en la sociedad?, ¿no te basta con mi deseo de hacer de mi vocación médica no una oportunidad para ganar dinero, sino un espacio para que otros se encuentren con tu sanación?...¿no puedo ser yo igual que mis amigas?, ¿no me has llamado tú a ser médico, por qué ahora me pides que lo deje todo?... ¿no te basta que haga voluntariados?.. y no, a Dios no le bastaba con eso, Él quería que mi modo de estar dentro de la Iglesia y de la sociedad fuera consagrándome a Él como Esclava.

Quizás la palabra consagración suene muy rara en los tiempos actuales, algo anticuada o cursi, sin embargo, para mí, ser consagrada supone el regalo más grande que Dios me ha dado: su deseo de pertenecerle, de elegirme gratuitamente y mi respuesta de entregar toda mi vida a Él y a su misión de reparar lo que “está roto”. Así fue como en el postulantado, pude vislumbrar un poco más de cerca lo que esto podía significar para mi vida e ir dando pequeños pasos para que esto se hiciera realidad: ser cristiana, sí, eso lo tenía claro, pero cristiana-Esclava, para seguir a Jesús, para “vivirle”, para optar por lo que Él optó, para “acompasar” mi corazón al Suyo.

2.-“Conocer el Instituto vivencialmente…” así fue, no es lo mismo mirar “los toros desde la barrera” que estar dentro del ruedo. No es igual imaginar en tu cabeza lo que vas a hacer, el cómo vivirás, lo que puede significar ser “monja”, que empezar a vivir en una comunidad y en el día a día aprender como discípula de cada una de las hermanas con las que vives qué significa eso de ser Esclava.

Tuve la gran suerte de realizar mi postulantado en Cañete de las Torres (un pueblo de Córdoba), en una comunidad de 6 hermanas y otra postulante… y junto a nosotras un grupo de 11 niños, de distintas edades, que vivían con nosotras, en régimen de acogida, pues provenían de familias desestructuradas y con muchas dificultades.

Y conocí al Instituto… ¡vaya que sí!... conocí el rostro de un Instituto que se encarnaba en las hermanas de la comunidad dónde yo vivía, en esas hermanas que llevaban años en la Congregación y aún seguían dando la vida, en esas hermanas que me enseñaban que el amor es gratuito y es lo único por lo que merece la pena dar la vida…

Y conocí al Instituto a través de la formación que iba recibiendo… ¡cómo recuerdo las clases de “teología” de la hermana Carmen Cadenas, o las reuniones de formación con la que era mi formadora, Ana Sánchez, en las que comentábamos nuestras dificultades e interrogantes e íbamos aprendiendo y absorbiendo como esponjas lo que podía significar ser Esclavas…

Y conocí al Instituto en su misión cotidiana, a través de los niños con los que vivíamos, del cariño y la espontaneidad de una vida sencilla y dedicada al servicio de los más pequeños…

Y aunque aún sigo conociendo al Instituto en el rostro de las hermanas con las que he ido compartiendo mi vida a lo largo de estos años, el postulantado fue la puerta de entrada para aprender a querer desde el corazón a la Congregación y para descubrir que este era mi lugar y no otro.

3.-“Adquirir una mayor conciencia de la llamada de Dios”… y así, en lo más sencillo y cotidiano, en la oración callada, en los ratos de adoración, pero también en la tarea de cada día, fui descubriendo con mayor conciencia que Dios me llamaba a estar con Él y seguirle.

Antes de entrar en el postulantado yo había conocido el amor, un amor humano, quizás limitado, como todo lo humano, pero que me había hecho comprender que por amor era posible dar la vida y que realmente se podía creer en el amor. En el postulantado conocí más de cerca otro amor, el del corazón de Jesús y deseé ir con Él a “curar toda enfermedad y dolencia”.

Es cierto que no todo fue fácil: dejar a la familia, los amigos, mi ciudad natal… abandonar la medicina (¡algo tan querido para mí!), empezar a vivir en comunidad, con personas tan diferentes a mí, y de distintas edades… optar por una vida “casta, pobre y obediente” (“acostumbrada a hacer con mi vida lo que quería”)… sin embargo, fue ese corazón de Jesús el que me hizo comprender que la pérdida se convertía en ganancia:

-El lazo familiar fue aún más fuerte y experimenté la fidelidad de la amistad…

-Con el tiempo terminé la carrera de medicina, y pude ir a ÁFRICA, dónde volví a encontrarme con el Dios de los grandes horizontes que me llamaba a ser instrumento de su sanación.

-Y todo con compañeras de camino… la vida comunitaria se convirtió en vida de familia, lugar dónde compartir misión, vida y vocación.

-El voto de pobreza me posibilitó dejar más sitio a Dios en mi vida

-Experimentar la obediencia me llevó a comprender que sólo así podía ser libre para la misión

-Y vivir la castidad me ayudó a experimentar la fecundidad del amor que no tiene fronteras.

Ahora, después de casi 13 años de vida religiosa, y casi dos años después de haber hecho mi profesión perpetua, puedo expresar con alegría, que soy feliz, que no cambio mi vida por nada, y que me siento afortunada del regalo de la vocación de Esclava. Muchas cosas me han ayudado en este camino, el postulantado fue el lugar dónde poner los cimientos a partir de los cuáles ir construyendo una vida anclada en Cristo Jesús.

H. Isabel Fdez

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